miércoles, 10 de agosto de 2016

           LA FILLA DE LILITH

No hace tantos años que oí hablar por primera vez de Lilith. La primera mujer formada al mismo tiempo que el primer hombre, en el mismo acto de creación. Inocentemente, cogí entonces la Biblia de casa para ver si en aquellos tiempos en los que estudiábamos  Religión e Historia Sagrada algo se me había pasado por alto  o, ya puestos a pensar, si nuestros  profesores algo habían querido pasar por alto. No es necesario aclarar que en el Génesis no figuraba el nombre de Lilith. Eva fue la primera mujer y además creada a partir de la costilla del primer hombre, Adán.
 La novela de Glòria Sabatér, La filla de Lilith, nombre que también utilizo como título de este comentario personal, empieza con estas significativas palabras ahora ya reconocidas: “Al sisè dia, Déu va crear l’home, a imatge seva; creà l’home i la dona i els beneí”. Y continúa esta historia de la creación entretejida con las restantes páginas del libro para que la tengamos presente en la lectura y para reforzar el argumento. La naturaleza de Lilith persiste en la mente del lector a lo largo de todo el relato, seduce su rebelión ante toda jerarquía que intenta someter su voluntad y deslumbra  la evolución mágica de su condición. Persiste en la mente de cualquier lector, es cierto, pero sobre todo en la de las lectoras que en su día rezamos  La Salve, culpabilizadas y sumisas hijas de Eva.
Con La filla de Lilith, la novelista Glòria Sabatér nos sumerge en un ambiente pleno de sensaciones. Unas veces son las agradables que nos despiertan los olores del vino caliente que el bibliotecario del monasterio de Santa Anna ofrece a Deulosalva, o del reconfortante caldo de gallina que María la remeiera obliga a beber a Gueraula,  o del solo imaginado de la desconocida salsa salvatgina que acompaña la carne asada   preparada por Francina, o de la canela, el jengibre y la nuez moscada. Y el acogedor calor del fuego que guarda el sueño o el desamparo, y los sentimientos de amor y deseo que sienten  los enamorados, María y Marçol, Hasday y Gueraula, desde la distancia. Otras son las  turbadoras  que causan la  pestilencia de la muerte y  la miseria de las calles de una Barcelona medieval, las gélidas del omnipresente frío, las del miedo a lo que no se conoce ni se entiende, pero sobre todo las de la permanente oscuridad. La oscuridad física pero también la oscuridad de los  prejuicios, la del odio, la ambición, la incomprensión hacia lo diferente y la de las identidades reprimidas. Sí, el odio a los judíos que padece Hasday y su familia, la ambición de Sibil-la de Fortià y  mossèn Renovard, el amor oculto y reprimido de Rahel y Wal-lada.  Cada sensación nos remite a un personaje o a un momento de cada una de sus historias personales, su pasado y su presente, causas y consecuencias que concurren en la construcción del argumento. Un argumento inquietante que tiene como punto de partida el descubrimiento de unos asesinatos espeluznantes  que se advierten como demoníacos  en una sociedad  medieval,  y explicables humanamente  en la mente científica del mestre Marçol. María la remeiera (“una dona feta de terra, aire i foc”) también da valor a las señales y marcas que ha dejado la mano del hombre, y a la experiencia, pero no rechaza lo sobrenatural. Sabe que hay cosas que se le escapan a la razón y las acepta como parte de la existencia, de la realidad absoluta. En estos dos personajes se concentra el tema que yo considero uno de los principales de la novela: dos maneras de mirar el mundo que se unen para encontrar la verdad, en este caso el esclarecimiento de los asesinatos. El otro gran tema es la reivindicación de la identidad femenina, su pensamiento, su sexualidad y su más íntima autonomía.

La filla de Lilith concentra en sus páginas el misterio, los conflictos religiosos y sociales de una época, y las pasiones intemporales del amor, la ambición y la maldad. Es también una historia de mujeres, mujeres lastimadas y quebrantadas que toman caminos distintos según sean sus anhelos, la gestión de su dolor y su condición más íntima. Y, por último, es la  manifestación de que es necesario que las diferentes formas de ver el mundo confluyan en cualquier tiempo, en cualquier lugar  para desvelar la auténtica realidad que envuelve al ser humano.

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